EL PRADO INADVERTIDO
Y así asoman por estas páginas imprescindibles como Las meninas de Velázquez leídas a la luz del Pierre Menard de Borges, o las obras de Goya; también cuadros históricos que hoy vemos con otros ojos e interpretamos con otra perspectiva, como Las hijas del Cid de Teófilo de la Puebla o Juana la Loca de Pradilla, o la escultura del Hermafrodito; y lienzos olvidados como los de Clara Peeters o el espléndido retrato de un león africano titulado El Cid de Rosa Bonheur, que durante demasiado tiempo estuvo guardado en los sótanos, acaso porque su autora era mujer y lesbiana, y si hoy hay que reivindicarla es sobre todo como una gran pintora a secas.
El Prado inadvertido se mueve entre el ensayo y la memoria personal y es un homenaje a un museo que ha acompañado a la autora a lo largo de toda su vida. Un museo cargado de pasado y de futuro; un espacio vivo, que se va transformando a través de las miradas de las sucesivas épocas. Porque, como dice Estrella de Diego: «Los museos, como las palabras y las historias y las imágenes, van cambiando a cada paso; llenándose de narrativas diferentes y nuevas, las que exigen los cambios en el gusto, las que persiguen las transformaciones en el concepto de calidad; las que se construyen, aun sin saberlo, desde las leyes del extranjero: traer y llevar las preguntas. Es cuestión de sacar lo olvidado a la luz –aunque lo olvidado sea diferente en cada momento histórico– y rescatar lo excluido teniendo clara una cosa: por mucho que tratemos de recuperar lo excluido, siempre quedará algo fuera, alguien fuera.»